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El Libro Blanco

Después de tantos años, había
conseguido por fin encontrar la fórmula que me proporcionaba establecer el
futuro inmediato del curso de mi vida. Ni siquiera recuerdo el tortuoso camino
que seguí para llegar a ese punto; era tan enrevesado que sólo podía recordar
algunos hitos, algo así como metas de montaña en una carrera ciclista. La suma
total de fracasos y de ínfimos éxitos dieron como resultado este libro que
vengo escribiendo desde hace dos meses y del que ya he llenado una décima
parte, más o menos.

Uno de mis experimentos
iniciales fue mojar sus tapas con agua bendita -que hábilmente obtuve de la
iglesia de San Fernando, en mi propia calle-, y exponerlo al relente de la
noche de tres lunas llenas. Conseguí un ligero cambio en el color y en el peso.
El último importante que ahora recuerdo fue colocarlo disimuladamente en el
interior del ataúd de un desconocido durante una misa y rescatarlo antes del
entierro. Pero quizás el paso más importante fue conseguir trasladarlo todo al
ordenador y abandonar la escritura manual sobre el papel, aunque con los mismos
resultados sorprendentes: lo que escribía ocurría a continuación en un futuro
inmediato, entre 10 y 15 minutos.

Empecé a dominar mi propio destino manipulando el devenir con frases de
mi cosecha, cada vez más elaboradas. Al principio escribía en el libro deseos
del tipo: “Este día nublado y fresco se va a tornar soleado y cálido”, o “deseo
que el ruido ensordecedor de esta ciudad cese totalmente durante una hora”. Y
tal como lo redactaba, así ocurría, sin vuelta atrás. Cuando me puse con en el
microordenador portátil ya escribía sobre asuntos más trascendente para mí,
como por ejemplo: “Este dolor de cabeza tan fuerte va a desaparecer
totalmente”, o “La compañía eléctrica me va a facturar por dos meses de consumo
sólo 1 euro”. Por desgracia cometí un error al escribir sobre este pequeño y
endiablado teclado; al escribir la oración: “Hoy mismo la buena suerte llamará
a mi puerta”, cambié sin advertirlo una “s” por una “m” y la palabra “suerte”
pasó a significar “muerte”. Así que ahora estoy preguntándome cómo la Señora de
la Guadaña se me va a llevar plácidamente en los próximos minutos.

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Filofrases 01

Qe llo no ze escrivir?, le ezto, koño ¡

¿Que quién es, mamá?, nuestro amante, y pregunta por la criada… ¡¡Peeeeetraaa, al teléfono!!

Póngame una libra de prevaricación, cuarto mitad de apropiación indebida y una docena de tráfico de influencias

Chuponcio Grossabutxaca, alcalde de Recalificoburgo, para servirle a usted y a la patria

Es un tema muy espinoso, me temo- Fdo.: Un erizo timorato

Es que se me ponen los dientes laaargos- Fdo.: Una morsa

Qué bien saliste en esta foto, lástima que estabas de espaldas y con el burka

Oye, que eso no es un calendario, que es la tabla del Bingo

Me siento tope creativo, me voy a ver un partido de fútbol

¿Estás embarazada o son gases?

Más
vale pájaro en mi mano que en la tuya

Tuve un pálpito, ¿eso es
amor?; tuve un púlpito, ¿es eso fé?; tuve un pulpito, ¿es eso una
mascota?

Yo no soy un símbolo sexual -firmado: Harry Cipotter-

Es un terrorista culinario, adora el arroz bomba

El
periodista tropezó y sin querer le metió el micro por el culo: lo
llamaron Prensa Marrón

Hoy no quiero enterarme de nada; pásame un
libro de filosofía

Un pelo no hace peluca, pero ayuda al calvo

El 6º pino, ¿está mucho más lejos que el 5º?

¿Si
vendo un paquete de tabaco en un submarino, es eso economía
sumergida?

¿El mal de las alturas es torcerse un tobillo en el
Everest?

Si
alguien te putea, putea tú a dos, y estos dos a cuatro, y estos cuatro a ocho…; es una relación piramidal y como es un reto
imposible, por cojones llegará la paz

Ver cine instruye; ver la
tele, destruye

Su
familia era tan poderosa y rica que nació con el carnet de jubilado
bajo el brazo

Lo infinatemente pequeño puede ser infinitamente
molesto -firmado: Un mosquito-

Hoy
tienes la mente ágil…, ágil…, agilipollada

No llores si no
recibiste e-correo porque las lágrimas no te dejarán leer en el
Messenger, siempre y cuando tengas ordenador

Yo soy el Señor de los Enanillos -firmado: Papá Pitufo-

Me encantan los espárragos con mayonesa -firmado: Jack Sparragow-

Niño
deja ya la guitarra, ¿no ves que no tiene cuerdas ni tú dedos?

Anda,
déjalo que se emborrache; el idiota ha vuelto con su ex

Está muy feo pegar a un padre, sobre todo si éste ya es feo de por sí

Camarero, póngame un botellín que me voy de botellón

No te preocupes y baila, ya estás bastante ridículo ahí parado

Aprovecha y pega los cromos ya que esnifas pegamento

Los
espectadores del partido de fútbol eran jugadores de Basket, en lugar
de la OLA, hicieron el TSUNAMI

Dame pan y dime… cuánto te debo

Si
confundes una moneda de euro con una de dos, entonces confundirás ésta
última con una bandeja de bar

Matar el gusanillo puede ser cruel y
peligroso para esa especie

Puedes
entrar desnudo en la Sede Central de la ONCE

En el coche mira por la
ventanilla de atrás y verás el pasado; si a la vez conduces, entonces
no verás el futuro

Escucha
a tu conciencia, ¿que no oyes nada? -coñe, enciende el sonotone-

Es
inútil insistir: no hay salida, ni salido que se fije en nosotros

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Huellas en la Arena

El sol empezaba ya a ponerse y un suave vientecillo de final de verano, que ahora venía del mar, le estaba poniendo la carne de gallina. Se había quedado dormida unos minutos, arrullada por el sonido de las traviesas olas. Levantó ligeramente la cabeza y observó su propio cuerpo moreno sobre la toalla de baño,  erizándose con el leve escalofrío. La inesperada siesta le hacía flotar aún entre la consciencia y el sueño. Se incorporó sobre su trasero, abrazó sus piernas juntándolas junto a su pecho y oteó las caprichosas nubes rasgadas que hacia el horizonte parecían acariciar y confundirse con la espuma del mar. El sol la envolvió por la espalda devolviéndole algo de calor tibio. Apartó la cabellera que el aire desordenaba sobre su frente para dirigir la mirada hacia las abruptas rocas rojizas, al final de la pequeña playa, buscando al hombre que acababa de rebrotar en su reciente sueño. La fina arena blanca estaba tomando tonos dorados y el mar era ya un manto azul de reflejos metálicos. Una diminuta velita nacarada progresaba desdibujada y tenaz muy a lo lejos. Para acabar de despejarse decidió darse un baño antes de volver a casa. Mientras caminaba por la arena hacia la orilla, rememoró ese amor antiguo que en sueños había vuelto a aflorar como un añorado veneno. Al lanzarse a nadar  creyó notar que las frescas aguas también barrían su mente dejándola en suspensión azul.

 

Él estaba disfrutando como nunca de su última zambullida. Mientras observaba maravillado los coloridos y silenciosos peces de las rocas sobre el fondo arenoso, le vino bruscamente a la memoria lo que aún debía organizar para regresar a la ciudad. Decidió volver intentando no desanimarse con la maleta que aún debía hacer y el farragoso trabajo que le suponía dejar la casa de la playa cerrada y lista para invernar. Septiembre y principios de octubre era su periodo de vacaciones, y los mejores meses del año porque la poco frecuentada playa, de acceso difícil, quedaba desierta. Salió del mar, desnudo, sacudió la cabeza y vio a cierta distancia una toalla arrugada sobre la arena. Al no ver a nadie en los alrededores supuso que el aire y el mar la abrían arrastrado hasta ese lugar. Tomó el caminito estrecho y ascendente que llegaba justo hasta la puerta de su aislada y pequeña casa encalada, sobre el acantilado. La brisa marina le trajo un aroma que le resultó familiar, pero indefinible en ese momento. Inmediatamente surgió del recuerdo más profundo la evocadora imagen de aquél amor de verano que tan violentamente le había sacudido el corazón. Tenía 20 años cuando pasado el verano decidió ir en auto-stop a buscarla por la zona universitaria, donde ella le había dicho que estudiaba. El teléfono que ella le apuntó en una servilleta de papel era ya de otra pareja de estudiantes compartiendo piso y nuevo curso. No tenía más que la ciudad donde ella le dijo que estudiaba, su nombre sin apellidos y aquella cariñosa  manera de llamarlo “bichito”. No la encontró entre los miles de estudiantes. Los tres días que permaneció en la ciudad los dedicó a conocer mejor sus calles. Hizo nuevos amigos que le ayudaron a olvidar ese amor estival.

 

Estuvo nadando y buceando largo rato. Al salir del agua la faldita del condenado bañador volvió a traicionarla, revelando en soledad parte de su secreto íntimo. Mientras se secaba volvió a evocar el rostro del chico de ojos verdes cuya mirada la enamoró al instante. Qué pasión entre las olas y esas mismas dunas años atrás… El cielo ofreció tímido su primera estrella: Venus, en la profundidad azul de la tarde a punto de expirar. Recogió su toalla; mientras se marchaba se volvió un momento. Observó sorprendida  la luz en lo alto del acantilado de un farolillo oscilante, en la terraza de una preciosa  y aislada casita blanca; quizás no existiera aquel verano de miel. Al marchar, sus huellas sobre la arena se mezclaron sin llegar a encontrarse.

 

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DOSCIENTOS CUARENTA Y NUEVE PELDAÑOS

Daniel el farero acababa de cenar, tempranito, como siempre. Encendió su desgastada pipa y pensó en subir a la cúpula del faro. El sol pronto se daría un baño de doce horas y la vista ya estaba deseando llenarse de horizonte. Recordó que tenía que recoger la ropa tendida antes de que la humedad de la noche la empapara. Mientras la recogía miró hacia arriba para ver el tronco imponente de su magnífico faro, se encendería en menos de media hora. El mar empezaba a cambiar de carácter y se tornaba más arisco y rumoroso. Entró, dejó la ropa limpia sobre su camastro y emprendió la subida con ritmo pausado: doscientos cuarenta y nueve peldaños subiendo en espiral.

 

El oleaje y el viento iban en aumento y difuminaban el sonido de sus propios pasos. Mientras ascendía por esa especie de chimenea evocaba imágenes y pensamientos diversos, a la vez que paralelamente contaba los escalones uno a uno… -veintiuno, ventidós…- Recordó casi sin proponérselo la cara risueña de su primera esposa, Adela, –pelo largo, labios carnosos, dulce voz melodiosa, manos de artista y… esa muerte tan inesperada durante su embarazo, muerte prematura y dolorosa, con menos de un año de matrimonio… -Noventa y tres, noventa y cuatro…-. Entre caladas a su ardiente pipa afloró en sus recuerdos a continuación la esbelta silueta de su segunda mujer, Brígida. Era una mujer llena de donaire y de gracia, su caminar oscilante parecía un compás de puntillas, balanceando los hombros. -Ciento trenta y dos, ciento trenta y tres…-Tenía los pechos grandes y desprendía erotismo por cada poro de su piel. Carlitos el hijo que le diera murió con dieciséis años ahogado, intentando pescar a pulmón libre un mero de seis quilos que ganó la batalla. Pocos días después la madre apareció muerta, flotando también en un rincón del acantilado, en la misma calita que apareciera el niño. –Doscientos doce, doscientos trece…- Sintió una dolorosa punzada en el corazón.

 

Se detuvo un momento, la pipa casi se había apagado. Miró  hacia arriba para observar lo que quedaba de espiral y siguió ascendiendo, contando. A veces tenía la sensación de que el sentido de la vida estaba sujeto y dependía de una misteriosa fórmula matemática, misteriosa pero simple. Había días en que le parecía estar al borde de su descubrimiento, pero pasaba como un soplo entre los vapores del alcohol de Malta para volver a la confusión, al caos. –Doscientos cuarenta y siete, doscientos cuarenta y ocho, ¿y si…?- En el momento que coronaba su escalada abrió los ojos exageradamente, el viento sacudió sus cabellos y el sol ya solo era una pequeña brasa a lo lejos. Inspiró profundamente para recobrar el aliento. Le dio la impresión de que el aire se estaba colando por su cerebro, proporcionándole una contundente pero sencilla clarividencia:

 

         Daniel = (-Adela) + (-Brígida) + (-Carlitos)

                 D = (-A) + (-B) + (-C)

                 D = (-D)

 

Daniel concluyó que los escalones los tenía hoy que haber contado a la inversa, en cuenta regresiva. Su cuerpo inerte, animado por las olas en aquella fatídica cala dio sentido pleno a la fórmula, a la equivalencia revelada. El faro se encendió, como un guiño al destino, perforando la obscuridad.

faroC-P

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EL INFINITO ERGUIDO

Cuando aprieto las mandíbulas los dientes sudan saliva. El fluorescente zumbón aploma mi cabeza. Empujado por las circunstancias ahora toca caligrafiar el número ocho. Sigo intentándolo una y otra vez, presionando con fuerza mal medida la húmeda plumilla de frágil y salpicadora punta. ¡¡Qué fastidio, al trazar el deseado y odioso número me ha quedado con la cabecita demasiado pequeña !!. Quiero conseguir que se parezca a una mariposa ese lazo de cerrada y estrecha figura que grande y modélico alardea de su sinuosa forma en la pizarra. A ver ahora…, pues no, me salió asimétrico y con caída a la derecha. Me muerdo la lengua frustrado. Corrijo, otra intentona, ¿cuántas llevo ya? Recobra simetría vertical, pero vuelve a ser acéfalo y barrigón… La página de la libreta ofrece burlona la tortuosa carretera de mis fallidos intentos. Me escuecen los ojos, me empieza a doler la cabeza… Suena la campana, saco el bocadillo del cajón.

 

Observo temeroso -como si de una pesadilla se tratara- ese enorme y frío patio. Una marea humana, de gente menuda y atronadora, de vocecitas chillonas envueltas en batas blancas, se mueve como una fiera plana en una gran jaula. Sobresalen gigantescas y amenazadoras las figuras de los vigilantes, se abren paso como barcos fantasma. Mastico con dificultad, tengo la nariz tapada y me ahoga; aún así el ambiente huele a lombriz y el agua de la fuente sabe a tubería metálica. A lo lejos la ciudad fuma por sus chimeneas. Entre esa irreal selva de cemento gris está mi casa. Me encantaría estar allí ahora, pero no basta con desearlo… La luz tamizada por las pastosas nubes me obliga a buscar rincones más obscuros.

 

Miro receloso el reloj del salpicadero: son las ocho de la mañana y me sobra esta bata blanca que me va corta de mangas –pronto estará manchada-… Quizás toda la ropa me sobra. Me pica la cabeza, oleadas de calor emanan de mi interior. Cuánto me gustaría estar ahora buceando desnudo por las aguas de mi playa perdida en el tiempo. Me siento como esas vaquillas de cruel destino que en el periódico viaje de verano veía hacinadas como carga en un camión. Llevo ocho reses en el mío al matadero donde trabajo.  Ruge el motor en las subidas, algunas vacas mugen disgustadas e incómodas. No sé si podré esta vez pasar de la siete…

El_matarife

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MENÚ TURCO

Se sientan los dos hermanos a la mesa del restaurante turco: Andrés y Juan Ángel. Quedan como vienen haciéndolo cada principio de noviembre desde hace… bueno… desde hace muchos años. Acuerdan en pedir el mismo menú. Juan Ängel realiza el encargo de la pitanza:

 

Juan Ángel: (dirigiéndose a un enjuto y bigotudo camarero que va tomando nota): Para los dos: de primero Tarhana Çorbas, de segundo Sis kebab y Maskina para acabar, y un Doluca Özel Kav cosecha del 2000.

 

Habla primero éste, el mayor, a su hermano:

 

J.A.: (echándose hacia atrás y con semblante risueño): Hétenos aquí, querido hermano, prestos una vez más a degustar platos esta vez de la exótica Turquía a nuestros exigentes y sensibles paladares…

Andrés. (acomodándose en la silla): En verdad, hermano, que no tanto es la gula la que aquí me cita anualmente contigo, como la curiosidad por estos singulares platos que has demandado…

J.A.: (soltando una carcajada); ¡Ja! Sí me gustaría hacer notar, estimado hermano, que la expectación gastronómica que me inunda está acaso incrementada por el tema que hoy deseo deliberar contigo, afable Andrés…

A.: Razón tienes, dilecto hermano. Que la costumbre, sana e inocente que nos congrega en este periódico lapso, viene dada tanto por la degustación culinaria como por la plática elevada.

J.A.: Y bien… dada la epicúrea fiesta que he organizado para después, propongo como asunto de interés la comparación entre el placer de ingesta de las viandas y el deleite del placer sexual…

A.: No hay objeción…

J.A.: ¿No te parece querido Andrés… -ya traen la sopa-, no te parece estimado hermano que existen grandes paralelismos entre las dos materias? A saber, cuando decimos “¡¡vaya mujer, qué bombón…!!”, ¿no estamos haciendo acaso una referencia gástrico-comparativa de un delicioso postre sobre la belleza femenina…?

A.: Acertado estás, mi hermano primogénito, pues es muy común aseverar que por la boca entra uno de los placeres más sublimes…

J.A.: Ah, sí. Con frecuencia al ver la vianda apetecida que he de ingerir, se me estimulan las glándulas salivales igual que se me hace la boca agua -valga la expresión popular- cuando mis retinas atisban mujer de excelente ver…y mejor degustar… ja, ja…

 

Continúan su diálogo con vivacidad ingeniosa y ligereza de lengua atizada por el vino, hasta que llegan al Maskina, el postre

Se abre la puerta del restaurante, suenan unas campanillas y entra un niño andrajoso y con aspecto necesitado

 

Niño: (Con carita de ángel) Buenos días, distinguidos y caritativos señores, ¿tendrían ustedes a bien destinar parte de su dispendio a mis necesitados y agujereados bolsillos?, por el amor de…

 

Los dos hermanos, con la boca llena,  lo miran con desconfianza y desprecio

 

J.A.: (Frunciendo el ceño y con aspereza) ¡¡Anda mocoso, lárgate, vete dando el piro o te meto una hostia que te pongo del revés…!!

Restaurante_Turco

 

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NO TE SULFURES…

Tenía que prestar atención, los peldaños de esa vieja escalera hacia el segundo piso crujían, estaban desgastados y eran desiguales. Arrugó la nariz por el desagradable tufillo mezcla de orines de gato y aceite requemado. Frente a la puerta hizo unas cuantas muecas desentumecedoras y tensó sus músculos de piedra, a modo de precalentamiento. Para acabar y antes de llamar al timbre de la puerta C cerró los puños, sonrió y sacudió su cuerpo como un perro mojado. Aplausos de un concurso televisivo se oían levemente por el rellano. Apretó las mandíbulas, inspiró profundamente y afirmó el nudo de su corbata. Mentalmente visualizó la escena que a continuación debía desarrollarse. –Ding-Dooooong-… A los pocos segundos se entreabrió la puerta, asomando por la estrecha rendija unos ojos exageradamente agrandados tras unas grandes gafas. La mirada desconfiada lo escrutó con extrañeza tras la cadena de seguridad. La brutal patada reventó la endeble firmeza de la puerta, haciendo caer sobre sus posaderas a un desaliñado hombre en bata y zapatillas: –No has pagado los dos últimos plazos del préstamo… y eso no está nada bien…-. Se fue directo al televisor y lo levantó en volandas, como una pluma, arrancándolo del enchufe de la pared para estrellarlo  violentamente contra el suelo, cerca de la cabeza del pobre  inquilino que se acurrucó presa del pánico.

 

Entre chispas, vidrios rotos y humo, el dolorido y asustado hombrecillo buscó sin éxito sus gafas. Se incorporó con torpeza, retrocediendo tras la única silla del austero comedor, interponiéndola entre los dos a modo de barrera: –por favor…, no se sulfure, lo pagaré todo en cuanto cobre, soy maestro y he tenido problemas económicos, le prometo que…-. Sin mediar palabra el esbirro se abalanzó sobre él. A su vez el desdichado profesor agarró la silla como defensa más que como arma. No le dio tiempo de acabar el gesto.- ¿Problemas económicos?, ¡¡ yo te daré problemas económicos…!!-. Con sus grandes manazas  el sicario lo atrapó por las solapas y le proporcionó una fuerte y sonora bofetada que le hizo caer de nuevo y sangrar por la nariz. Acto seguido empujó la estantería de voluminosos libros volcándola sobre el pobre hombre produciéndose un gran estrépito y desorden: –Una semana más y vendré a cobrar lo que debes y si no “cobrarás” de verdad… y de lo lindo, ja, ja, qué buen juego de palabras-. Se fue riendo, con unas gotas de sudor en la frente y en el pescuezo; dio otra patada a la mesa que saltó hacia la pared hecha pedazos.

 

Cariño, ¿te apetece sopa o verdura de primer plato?-. La bestia corpulenta lee la página de sucesos, su sección favorita junto con la de los deportes, –¿eh?, ¡ah, sí!, verdura…-. Deja el diario y mirando como mandril a su magullada mujer le inquiere: –¡¡Oye!!, ¿has pagado al casero con lo que te dejé sobre la mesa?-. Ella deja la sartén y cerrando los ojos aterrorizada le contesta con la voz del miedo y del dolor: –cariño…, es que gasté una parte en unas cosillas imprescindibles para la niña, ya sé que tenemos problemas económicos, no te sulfures amor, te prometo que…-, bruscamente el matón se incorpora furioso –¿problemas económicos?, yo te daré problemas económicos…-.

Patio+ropa+tendida

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FLECHAS VERDES

Cada paso era un triunfo, una conquista. Gracias a su tenacidad, al bastón y al apoyo de su hija pudo trazar la distancia que separaba su casa del automóvil con menos esfuerzo de lo habitual. Con el motor en marcha su yerno esperaba paciente, amable y reverenciador,   ¿cómo se llama?, siempre se me olvida, qué coche más grande y feo tiene-. Una mañana espléndida se proyectaba llena de sensaciones y por lo excepcional de la ocasión deseaba saborearla plenamente. Con gran esfuerzo la acomodaron en el asiento trasero. En seguida se pusieron en marcha y observó a través del vidrio cómo el mundo empezaba a deslizarse. –¡¡ Roberto !!, no… Alberto, eso es, Alberto-. Con dificultad y entornando sus lagrimosos ojos vio a la vecina Engracia caminando encorvada por la acera, ¿o era la hija? -esa había sido madre muy joven, le gustaba la “vida alegre”…, mira que dio que hablar-. El barrio empezó a quedar atrás. Cuánto había cambiado todo desde la última vez que  salió  para enterrar a Gustavo, su querido esposo. Las viejas casas ruinosas ahora eran edificios de tres plantas, las calles estaban repletas de tiendas de lo más extrañas y variopintas.

 

Qué bonito paseo le habían propuesto; estaban pasando despacito por el puente que tantas veces cruzara en calesa con su marido y la cría… La niña… casada hacía nueve años ya…, pero aún no le habían dado ningún nieto, -no sé a qué esperan estos dos…- Vio su rostro bañado por el sol reflejado en la ventana, con las sombras acentuando sus profundas arrugas, -con lo guapa que era yo-. Apretó los labios con resignación, asintiendo con la cabeza lo rápido que pasaba el tiempo… y que a ella ya poco le quedaba por vivir. Al menos el parque de la Fuente parecía seguir igual, anclado en el tiempo, lleno de espesura y verdor, de niños y mamás… -un nietecito… cuánto me gustaría tenerlo en mis brazos y llenarlo de besos…,  porque un niño me gustaría más, aunque una niña…-. La calle subía hacía lo alto de la colina, desde ahí podría ver el parque y no muy lejos su hogar, esa vieja casa con solera rodeada de edificios altos dónde había sido tan feliz. -Creo que voy a tumbarme… vaya que fácil resultó la operación, y qué cómoda estoy ahora-.

 

El coche frenó poco a poco hasta detenerse por completo. La sacaron con suavidad por el portón trasero, no tuvo que moverse para nada, -qué amables que son estos… ¿quiénes son estos dos?, no los conozco, vaya memoria la mía-. Miró los estilizados cipreses que como flechas verdes a punto de salir disparadas apuntaban hacia un cielo cárdeno e inmaculado, -¡¡Oh, que sorpresa!!, me han traído a ver a mi malogrado Gustavo, por eso hay tantas flores, snif, qué buenos que son conmigo-. El calor y la emoción empezaban a tejer nudos en las gargantas de los presentes. Se oyó una plegaria recitada en el rincón, con intimidad, con recato. -Vaya…, ese que está de espaldas se parece a mi difunto marido… ¡¡ pero si es él !!. -. Gustavo se volvió, la miró con un mar de ternura. La abrazó con suavidad y la besó entre aroma de rosas. Dejó caer el bastón. Enlazados se alejaron en silencio, apretados el uno contra el otro, difuminando sus almas entre la fina niebla azul. A las diez de la mañana recibió cristiana sepultura.

 

cementerio-2

 

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SERPIENTES DE FUEGO -ALPHA/SELENE

La temperatura rondaba los 125 grados bajo cero en la zona oscura y amenazaba  con bloquear su operatividad. Elevó un punto el regulador. La minúscula pila de hidrógeno descargó un voltaje lo suficientemente elevado como para calentar el revestimiento a un nivel aceptable para trabajar con comodidad. Llevaba varias horas recogiendo muestras basálticas y fragmentos de meteoritos exóticos -para la ya muy abultada colección- y había llegado al tope de carga. Así que decidió volver a casa; aún le quedaba la fase analítica y clasificatoria del material recolectado y esa labor le podía entretener más de lo debido. También necesitaba hacer algunas reparaciones básicas de mantenimiento que no podían esperar más, si quería seguir disponiendo de la indispensable autonomía.

 

El laboratorio-refugio, en la zona bañada tangencialmente por el sol, constaba de dos cúpulas semiesféricas acristaladas de grueso vidrio tintado,  unidas por un pasillo a modo de cordón umbilical. Ocho niveles más por debajo de la superficie hacían a la vez de almacén, depósito y laboratorio. El espacio gigantesco que se había construido 352 años antes empezaba a quedarse pequeño. Por primera vez se planteó el conflicto que supondría para el programa desempeñar sus funciones de investigación geológica cuando el almacén estuviera repleto. Tras cumplir con sus acostumbradas obligaciones llevó a cabo una rutinaria comprobación de seguridad a todos los sistemas que le mantenían activo en aquel medio tan hostil. Todo estaba en orden.

 

Un vistazo al inmenso firmamento le dejó una melancólica y amarga impresión de soledad, con la mente en suspenso. Sentado en la sala, a salvo del terrible calor del exterior, observó con una curiosidad impropia el espacio infinito y profundo que todo lo rodeaba, como un manto negro de muerte y vida. Le sacudió una extraña sensación de paradoja. Apuntó la vista hacia la Tierra. Ésta, pese a haber transcurrido tanto tiempo seguía iluminando  la Luna, ardiendo como tea, en cadena irrefrenable de gigantescos incendios y destructoras explosiones. Observó absorto cómo esos gusanos de luz rojiza, antaño azul, dibujaban extrañas serpientes de fuego en la gran cúpula de cristal… Jornada tras jornada, año tras año, Hubot V.125 -engendro de cables y circuitos- seguía cumpliendo escrupulosamente las complejas funciones para las que fue diseñado hacía siglos. Auscultó mecánicamente su pulsante y duro corazón de titanio y carbono, sin acabar de determinar si esa acción era fruto del programa grabado en su memoria o un gesto propio de libre albedrío. Su primera pregunta filosófica emergió como un germen de auténtica e incipiente vida: "¿quíén soy?"…

La_Tierra_roja

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